Preguntas que surgen desde el sentido común

El tema del “cambio climático” (antes, “calentamiento global”) va camino a convertirse en el chivo expiatorio de todos los males e incluso, en una especie de pseudorreligión moderna, con sus dogmas, sacerdotes y herejes, que en teoría afectaría todas las facetas de nuestras vidas, al propiciar una especie de Juicio Final climático a la vuelta de la esquina. Y lo peor de todo, es que estos vaticinios y órdenes se dictan desde unas insondables alturas internacionales, que no responden ante nadie y sobre las cuales no existe ningún control, pese al enorme poder que tienen y de hecho pretenden tener sobre la vida de todos los habitantes del Globo.

            Sin embargo, y usando el más elemental sentido común, resulta imposible no preguntarse varias cosas y cuestionar otras, en particular teniendo en cuenta, según se nos dice, al gran causante a quien se acusa de nuestra dramática y desesperada situación: el CO2.

            En efecto: una primera cosa que llama la atención es que este gas incoloro representa una parte insignificante de nuestra atmósfera, compuesta, según se enseña en los colegios y consta en cualquier página web que aluda al tema, aproximadamente, por un 78% de nitrógeno y un 21% de oxígeno, quedando repartido el restante 1%, en múltiples gases, dentro de los cuales el argón representa el 0,9%. De esta manera, el CO2 equivale alrededor del 0,04% del total.

            La segunda, es que como también consta desde siempre, los vegetales consumen CO2, generando oxígeno gracias a ello. Ahora, si se pretenden bajar drásticamente los niveles de CO2, ¿en qué punto podría esto significar un riesgo serio para la propia vida vegetal? Sin vegetales, pronto llegaría el turno a los animales y a nosotros mismos. Por tanto, no todo parece ser tan malo cuando se habla de CO2.

            En tercer lugar, existe tanta preocupación por los niveles de CO2 que se generan en la actualidad, que se está pensando en restringir severamente el consumo de carne, al estimar imprescindible disminuir la ganadería, por los gases de efecto invernadero que producirían. Sin embargo, lo anterior podría generar una peligrosa hambruna a nivel global. Y por mucho que se quiera reemplazar la ingesta de carne por la de insectos y carne sintética, no se sabe qué efectos podrían tener estos “alimentos” en la salud de la población.

            Finalmente, en cuarto lugar (y es lo más inquietante), si existe una guerra sin cuartel contra el CO2, ¿qué tipo de medidas se van a tomar contra nosotros mismos, dado que cada uno produce en su vida varias toneladas de este gas, no solo por la llamada “huella de carbono”, sino por el simple hecho de respirar? Si todo produce CO2 y para los entendidos hay que disminuirlo a toda costa, al punto que hablan de una posible extinción sin precedentes que estaría a la vuelta de la esquina y/o de una catástrofe irreversible, ¿va a significar esto también un control total y a la fuerza sobre nuestras actividades e incluso sobre la cantidad de población, como en China? ¿Todo vale, para supuestamente salvar al planeta?

            Son solo algunas preguntas, dentro de las muchas que caben, que brotan del más elemental sentido común, ante la auténtica histeria que está generando este fenómeno en ciertos sectores y forzando a diversas decisiones que nos afectan a todos, de las cuales podríamos arrepentirnos en breve.

Max Silva Abbott

Doctor en Derecho

Profesor de Filosofía del Derecho

Universidad San Sebastián

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